Una niña de 10 años, frente al ordenador, encuentra un icono: Finale. Pulsa sobre él y se abre una hoja en blanco con un módulo de cinco líneas negras separado un centímetro del siguiente. Pulsa sobre la segunda línea del primer módulo, y por el altavoz derecho suena un sol. Sigue pulsando, sigue componiendo.
Al cabo de dos horas, para. Ya está, ya ha acabado. Ha escrito una melodía, a su manera, pero la ha escrito.
Coge su piano de juguete, de apenas 50 centímetros de largo e intenta tocarla… demasiado pequeño y demasiado difícil.
La guarda en un rincón diciendo “para cuando sea mayor”.
La niña ha crecido, tiene 16 años. “¡Mamá! ¿Dónde están los apuntes de..? ¡Anda! L a partitura que compuse. Ha seguido tocando con su “minipiano” hasta hoy, intenta tocarla y ya casi sale…
Le pasa una idea por la cabeza: ¿y si…?
A la semana siguiente está matriculada en clases de piano y empieza tocando “Ballade fur Elise”. Todo va sobre ruedas. Cada vez obras más difíciles que ya no puede estudiar con su piano de juguete. Necesita un piano más grande.
Enero 2008.
Día 6.
Apoyado en una pared, sobre un fondo azul, la chica empieza a abrir un regalo de 1.5 metros de largo por 0.75 de alto.
Blanco.
Negro.
Blanco.
Negro.
Blanco.
Blanco.
Y negro otra vez.
Blanco.
Negro.
Y así hasta completar las 88 teclas de su piano.
Un piano.
Por fin.
Por esa razón, por esa primera partitura, acabé con un piano en mi casa y entre mis manos.
Mi piano es eléctrico, de dimensiones ya nombradas antes. Se apoya sobre dos soportes rectangulares de madera a los lados de 65 cm de alto por 2 cm de ancho y 15 de profundidad. Consta de 88 teclas y de un sistema para gravar y oir las obras que tu mismo tocas. Puedes tocar con diferentes tonos y tiene varios demos.
Lleva incorporado un atril para poner las partituras al tocar, un pedal y un taburete de asiento rectangular con cuatro patas cuadradas de 3x3x3.
Sólo tienes que enchufarlo, pulsar ON y empezar a tocar y disfrutar
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